domingo, 5 de abril de 2009

Carpintería norestense.


Hace mucho tiempo, yo tendría en aquel entoces unos diez años, caí en la cuenta de que me gustaba todo lo que fuera oficios como carpintería, herrería, etc. Ahora puede decirse que soy un carpintero o ebanista como les gusta a los buenos que les llamen. La verdad encuentro mayor significado en carpintería y por lo tanto carpintero me gusta decirme. Después de conocer todas las técnicas, de usar la tecnología de punta, descubrí que me gusta la carpintería tradicional y sus técnicas casi olvidadas ahora en nuestro país. Así que cuando tenía diez años pasaba por la herrería del pueblo donde vivía y ví con asombro como reparaban una rueda de guayín; ese día de principios de los sesenta caminando por la acera me topé con una rueda a la que estaban cinchando. Armaban los rayos en la maza, rodeabánlos con piezas de madera curvas y finalmente colocaban un aro de fierro, para hecerlo calentaban el aro para que se dilatara y lo colocaban caliente, una vez en su lugar lo enfriaban con agua y se oía como apretaba violentamente la rueda en un vaharada de vapor y un tronido seco. Antes habían hecho los rayos y la maza, era pues un oficio combinado de herrero y carpintero. Me hubiera gustado ver todo el proceso, pero un individuo barbudo, con kepí azul, al que los niños gritábamos !capitán sin barco¡ con crueldad infantil, se enojaba, montaba en cólera y nos bañaba de epítetos y mentadas, así que el temor de que me reconociera me disuadió de acercarme más frecuentemente.

Comoquiera ahora conozco la técnica de construcción de ruedas de carretas y guayines. Alguna vez viajé, en mi infancia, en el pescante de un guayín verde, tirado por dos mulas y conducido por mi abuelo. Arriado dirían los viejos, como cuando llegué a la casa de mi tío Manuel manejando la pick up de mi padre y esclamó ¡Ah sobrino, ya sabe arriarla!

Después, acompañando a mi padre, conocí muchos ranchos, algunos abandonados, con corraleras de rajas de mezquite, casas de bajaraque y techo de tejamanil, con ventanas y puertas grises por el tiempo y que habían perdido el color rojo de esta madera. ¿como creen que las hacían? si el mezquite es tan duro que los clavos no le entran. Con hachas y azuelas, sierras de diente grande y de doble asa. Berbiquíes y brocas, formones o escoplos, etc. Tantos conocimientos perdidos, tanta indiferencia.


martes, 22 de abril de 2008

fragmento de "La Venganza"


Sacudí la cama, me tiré atravesado apenas quitándome las botas, el cansancio y el sueño atrasado me vencieron y en el sentimiento relajante de la querencia que da la casa de uno me dormí. Desperté en la madrugada, prendí el mechero de queroseno, fui a la cocina y en la chimenea del fogón metí la mano hacia arriba y busqué a tientas la pistola que había dejado envuelta en una bolsa de plástico junto a una caja de cartuchos.
Me acordé de mi tío Diego Morales, que en su agonía me mandó llamar y me dio el arma, yo era un huerco de trece años y aunque mi abuela se opuso en un principio, no tuvo mas remedio que aceptar aunque con admoniciones y advertencias. Me dijo –Te la doy cuando cumplas dieciocho. Y no supe más de ella hasta el día en la hora del almuerzo, del día de mi cumpleaños, en que metió la mano en el tiro del fogón y sacó el paquete envuelto en un paliacate aceitado negro de hollín. Seria me dijo – No la uses contra la buena gente, úsala para defenderte y defender tu honra. Acuérdate de tus tíos abuelos y me contó la historia, ya cien veces narrada de los cinco tíos, hermanos de mi abuelo que murieron en una emboscada en la rebelión enriquista. Fuera tan fácil, en este tiempo no hay hombres bragados como antes. Mi abuelo se salvó de pura suerte, amaneció con calenturas y no pudo ir a la junta con sus camaradas y en el camino, en un recodo, nomás se oyó el tronar de los cuetes y carabinas. Fueron siete muertos, cinco de mi familia. Pero que atravesados los canijos. Mi tío Diego había andado como siempre medio escondido, medio desconfiado. Nunca dormía en la misma casa, la pasaba en descampado, desguarnecía la mulita trotona y en donde le oscureciera ahí tendía la lona y ponía la silla de cabecera, siempre pal norte. Cuarterón, alto, flaco y correoso, decían que naiden como él pa domar potros, buscar minas y cazar venados. Parece que lo estoy viendo. Cuando yo tenía seis años me puse muy malo y quedé hecho un hueso, tan flaco que todos pensaron que me iba, me veían y movían la cabeza de lástima. Mi tío me vio y le dijo a mi abuela – Chelo, empréstame al nene, me lo voy a llevar a la sierra ora que voy a buscar vetas. Mi abuela me vio con tristeza, carraspeando y limpiándose las lágrimas con el delantal, aceptó. Quizá pensó que era mejor que me muriera lejos. Ojos que no ven corazón que no siente.
Apenas podía mantenerme en pié de la debilidad. La abuela hizo un bulto con mi ropa y se lo pasó a mi tío, que me agarró del brazo, me alzó y me echó en ancas. Era de madrugada y me acuerdo que desperté ya casi al mediodía en una joya, mi tío sacó el bastimento que llevaba. Unos tacos de harina con frijoles y chile del monte. Abrió un bote de café con leche todavía tibio y nos sentamos en una piedra a comer. --A que huerco mondao, yo te voy a curar, ora lo verás.
Fueron seis meses duros, de friega. En ese tiempo tío Diego tenía un caballo prieto, grandote y muy manso. Platicaba más con él que conmigo a veces, ahora caigo, para que yo entendiera y no tuviera oportunidad de regañarme. Era duro pero justo, nunca me maltrató. Por ese tiempo ya andaba llegando a los cincuenta, muchachón diría mi abuela y la gente para referirse a los cuarentones solteros. Pero ya había sido casado, enviudó y perdió a su único hijo en una epidemia de viruelas. Anduvo con los magonistas y era su costumbre que a donde iba a estar más de seis meses, desmontaba, desenraizaba, levantaba un campamento y en el centro encajaba la lata más derecha y más larga para izar la bandera rojinegra. Todavía la guardaba en las alforjas, doblada con la bandera tricolor. Tenía en el monte infinidad de escondrijos, en donde guardaba armas y municiones o comisaria. Después de comer nos adentramos en la sierra por un cañón que al principio solo era un arroyito entre dos lomas bajas, poco a poco la sombra de las paredes de roca pelona oscurecieron y refrescaron el camino. Al anochecer llegamos a una cueva que usaba para acampar cuando entraba a la sierra y guardar tantas cosas como le fueran necesarias. Manojos de hierbas, cueros de venado, cacerolas, una carabina 30-30, cartuchos, trampas, frazadas, de todo tenía allí. Pernoctamos en la cueva, tenía hasta fogón y después de revisar que no hubiera alimañas nos tendimos sobre lonas, colchas y arpilleras. Yo estaba como pasmado, a mi edad no tenía gran cosa en que pensar y si mucho que sentir. Extrañaba a mi abuela y aunque era un poco seca, me quería harto. Siempre me sentaba a su lado, escuchando sus historias y anécdotas, fuera cuando cosía, fuera cuando hacía tortillas de harina o la acompañaba a buscar blanquillos. Pero mi tío no me dio tiempo a extrañarla, me mantenía ocupado y aunque pareciera que platicaba consigo mismo o con el caballo, tenía historias interesantes, a las que ponía atención. La cueva olía bien, a hierbas, a tabaco y a machero. El caballo dormía adentro por los pumas o el tigre y se oían sus resoplidos y de vez en cuando sus pedos. Me costó trabajo dormirme, extrañaba la casa, pero mi tío hablaba, hablaba y hablaba y me arrulló su perorata.
Salimos pardeando, yo más alerta por la curiosidad y la novedad. Me dijo que me pusiera abusado con las ramas porque nos íbamos a meter al monte. Cuando sentía que mi tío se ladeaba yo también lo hacía, aunque no se veía nada.
Siempre he dividido mi corta vida en antes o después de tío Diego. Yo se que a los veinticuatro años es pretencioso, pero si lo vemos desde el punto de vista de alguien a quien daban por desahuciado y que como dijo mi abuela, viví de milagro, puede comprenderse. Tío Diego me volvió a la vida y me enseñó a vivirla como debía ser, hasta el tope. Pasamos ya con el sol asomando por una poza y un pequeño salto, la mañana estaba fría, aún en verano. Nos apeamos y lo primero que hizo fue aventarme al agua, la sorpresa y lo frío del agua terminaron por despertarme y cuando la desesperación por respirar hacía que saliera a la superficie, la misma desesperación me hundía de nuevo, hasta que me sacó de la camisa. Me puso al sol y me fue quitando la ropa, yo tiritaba y lo veía con cierto miedo y resentimiento pero no lloré, solo el moco que sorbía una y otra vez hacía parecer que lo estaba haciendo. Agarró unas hojas grandes y me sonó, han de haber sido de polocote porque raspaban.
Allí, mientras me secaba hizo una lumbre y desayunamos. Carne seca, te de laurel y gordas de manteca y miel. Comí como nunca y ya sin frío y reanimado emprendimos la marcha. Mi tío iba como chiflando muy bajo y de vez en cuando decía algo. Íbamos por la orilla del arroyo, pegados al reliz, del lado de la sombra. Las ancas del caballo se sienten, una si, una no, una si, una no y terminan por cansar, además que uno se va resbalando y tienes que jalarte de la yompa para volverte a subir, luego como el suadero no alcanza el caballo suda y te moja las asentaderas o la silla te lastima dentro de los muslos. Es difícil andar en ancas.
Con el sol sobre la cabeza llegamos a un ranchito perdido entre la sierra. Amigo de mi tío, el ranchero se llamaba Pedrito y se dedicaba a criar cabras, tallar lechuguilla y hacer mezcal. Los perros avisaron de nuestra llegada y cuando desmontamos frente a la cocinita de la que salía un hilo de humo, Pedrito ya nos esperaba con un pocillo con agua. ¿cómo le va compa? ¿Y ora de donde sacó hijo? --Se llama Felipe, es mi sobrino, lo ando amaestrando. En la casita de junto salió un niño como de mi edad, chamagoso y con los pelos duros de mugre y se quedó detrás del vano de la puerta, dejando ver media cara. La mujer de Pedrito que estaba echando tortillas, asomó por la entrada a la cocina limpiándose las manos con el delantal mugroso y con voz chillona dijo ---Pasénle, guisé armadillo, lo mató mi viejo anoche. Está bien tiernito. Dolorido de las nalgas por las ancas, caminar era un alivio y pareciera mentira pero tenía hambre. Mi tío se acercó al fogón y se sentó en una piedra que servía de silla, Pedrito retomó su plato y los tres comimos armadillo guisado con masita, frijoles de la olla y agua de chía. Este huerco está muy flaco Diego, ¿está malo o que? Si, yo creo más bien que está encanijado. Le dije a su abuela que lo traería para... y en murmullo se perdió lo que decía. Pedrito me vio con lástima y me tocó la cabeza. Dale mezcal, una copita en el almuerzo, en la comida y en la cena, se compone. --Con té de amargosa, terció la doña, como agua de uso y así empezaron a citar cuantas hierbas servían para mi caso. --Oye primo empréstame uno de tus burros, el chamaco ya se cansó de las ancas. Y así fue como tuve un burro en que cabalgar y que me permitió a ver todo, porque en ancas la espalda de mi tío no me dejaba ver nada. Allí va un venado y yo decía ¿dónde? y solo veía la espalda del tío. Así que a partir de ese momento pude gozar del paisaje a mis anchas. Yo no sabía chiflar pero mi tío que siempre estaba silbando por lo bajo me contagió la manía, así que tras ensayar mucho aprendí. Me imagino la pareja que hacíamos cabalgando, el tío en el cuaco prieto y grandote y yo escuincle en el burrito atrás, supongo que éramos como centauro padre y centauro hijo. El burro era sanchito, y aunque de paso apurado para seguir al caballo, tío Diego le había puesto un suadero doblado y cinchado que me hacía cómodo el viaje, para no sentir el espinazo. Yo creo que le simpaticé. Nunca reparó. A lo mejor quería vivir la aventura o huir del trato de su dueño. Como sea hasta ahora nunca he cabalgado mejor que en el prieto como le pusimos. Esos primeros días me los recuerdo muy bien, todo era nuevo para mi. Viajábamos despacio, sin prisas, como sin saber a donde. No hubo día de los seis meses que no haya disfrutado. El olor del monte, los diferentes animales, pájaros, lagartijas y víboras. Aprendí a robarles miel a las abejas que hacían sus colmenas en huecos de los árboles y relices. A hacer trampas para codornices y palomas, poner el café, amasar tortillas de harina, persogar los animales y hasta estrellas como las siete cabrillas, la osa mayor y la menor. Buscar comida del monte, granjenos, tunas, pitahayas, quelites, nopales, jacubes y hasta juntar mezquites para hacer tepache. Fue como una escuela, después de este viaje, aunque estaba huerco no me hubiera muerto de hambre en el monte. Se me quitó el miedo a la oscuridad. Mi tío me dio un tranchete de cachicuerno y me dijo –Mira ten, es un cuchillo al que tienen miedo las brujas, los fantasmas y hasta el diablo. Cuando oigas algo que no sepas nomás apriétalo y nada te pasará. Así que en la noche más oscura, con mi cuchillo y una vara para mover el camino delante por si había víboras, podía apartarme del campamento.
Cuando llegamos al encinar, ya muy adentro de la sierra, el aire era mas ralo, pero olía muy bonito. Ya no me sentía débil ni enfermo. Mi tío dijo que ya me estaban saliendo chapas aunque estaba muy flaco todavía. A veces lo encontraba, cuando volteaba a verlo, que se me quedaba viendo con unos ojos como los de mi abuela. ----Felipe, fíjate que suerte la nuestra, solos en el mundo tu y yo. Tu sin padres y yo sin familia. Por eso nos acompañamos ¿o no? Y luego luego decía ---¡Ah que huerco hediondo¡ ya duérmete.
En esos meses vimos muy poca gente, algunos que vivían enmontados, huidos o simplemente que les gustaba vivir en la sierra, que se mantenían como tramperos de tigrillos o pájaros y pericos. A la mayoría les daba gusto encontrar con quien platicar y saber de las noticias del plan. Tío Diego los conocía a todos y cambiaba cosas con ellos. Cartuchos, café, harina y a veces conseguía una pepita de oro y como no queriendo les sacaba por donde la habían encontrado y al siguiente día nos encaminábamos hacia allá. Esperaba que fuera el mediodía o poco antes y buscaba en las paredes del cañón. –Donde veas un relumbrón me dices.

sábado, 12 de enero de 2008

Tortillas de harina ¿con manteca vegetal?

Platiqué con Doña Rosa, un amor de señora, ya mayor, originaria de Nuevo León. De Bustamante creo o de un pueblo próximo. Pegado. Ella emigró muy chica con su familia a Valle Hermoso, el "18" como le llamaban, en los treintas cuando se abrió esta región a la agricultura. En una tarde apacible, sentados en el porche de su casa me contó, mientras veía como las gallinas se van subiendo al árbol para dormir, que su abuela le platicó que antes, ya hace mucho tiempo, las tortillas de harina se hacían con "manteca gruesa", manteca de res, de borrego o de puerco. Claro, me ayudó a dilucidar que en ese tiempo ni el aceite ni la manteca vegetal existían, las tortillas de harina eran hechas con esas grasas. Yo he comido tortillas hechas con manteca de puerco, un poco quebradizas pero no de mal sabor, con nata (creo que son deliciosas) pero no con manteca de res o de borrego.
De res creo que fueron comunes. He comido los bocolitos de maíz y mateca de res y no saben mal. Aún como remedio a la ronquera o la garganta irritada, pretexto de mi madre para hacerlos. Además el noreste tiene una tradición ganadera, de reses. De borrego suena extraño, aunque el orme, platillo árabe consistente en chicharroncitos de borrego en su manteca que se guardan en una cazuela y de la que se toma con cuchara, se vacía en el sartén y se le ponen unos huevos para freirlos revueltos. Es riquísimo.
Sin embargo, poco se sabe de los millones de ovejas que formaban los rebaños trashumantes en la época de la Colonia. Que dependiendo de la temporada viajaban del centro del país hacia el Norte, llegando hasta Chihuahua, Coahuila y Nuevo León. Eran tantas las ovejas que parte de la aridez de esta área la debemos a ellas y al cambio paulatino en el clima. Eran tantas que había industrias que dependían de este ganado. El jabón, la curtiduría, etc. Los tiempos han cambiado, ahora importamos carne de ovino porque no producimos suficiente, pero sobre todo, le hemos perdido el gusto.

domingo, 16 de septiembre de 2007

El Aleznillo

El rancho, mis pasos perdidos

La vegetación en esta parte es diferente, mas verde y húmeda. De calores inclementes en mayo cuando por tres días llega el calmazo en que no se mueve una sola hoja, los animales salen a los claros a respirar, el bosque se ve gris y la atmósfera estática.
En estos montes y selvas cualquiera puede perderse por días y también perder la razón y hasta la vida. Es desesperante el grito de las chachalacas y de las papanas que lo siguen a uno cuando camina entre el monte, advirtiendo a los demás animales de la presencia de intrusos haciendo fracasar el acecho. Los cazadores las odian, yo las felicito ahora por su labor solidaria.
En verano a media mañana, llueve debajo de esta selva, la humedad que en la noche traen los vientos del mar se condensa en una lluvia que se confunde con el sudor propio, en una especie de temazcal natural.
En cambio en la cima de la sierra, las encinas con su olor y sombra nos convencen de la frescura de su entorno e incitan a quedarse para siempre. En primavera, cuando los vientos del invierno no se van del todo, en las mañanas soleadas al levantarme y abrir la puerta recibo el golpe de luz y de aire frío cargado de aromas de monte que me hace despertar y que sea conciente de que la vida es tan hermosa, que un solo día es invaluable y que ese momento es solo uno de millones de impresiones y vivencias únicas, cada una con un valor y consistencia que hacen que pesen en oro tres o cuatro veces en la balanza de la vida y que lo desechable sean apenas migajas de tiempo.

El silencio, en mi interior, es un regalo, en el exterior es el gozo de mi ubicuidad en el preciso lugar e instante para saber que estoy en donde quiero, momento totalmente diferente en las únicas dimensiones de las que somos concientes: espacio y tiempo, porque cuando lo físico y lo anímico concuerdan, el desdoblamiento, la proyección de nuestro ser se explaya, se expande y al mismo tiempo se sublima. Aquí sucede.
La casa de bajareque y techo de palma, con piso de tierra en que las hormigas león hacen sus trampitas cónicas en las orillas, en minúsculos agujeros negros de tierra. En la penumbra hay una caída casi imperceptible de polvo de madera que las termitas y el comején dejan caer de las latas del techo y los cabos de la palma y que se nota por los haces de luz del sol que pasan por pequeños hoyos del tejado. Instantes.
Poco antes de que empiece a llover se azotan la puerta y la ventana. Un viento veloz y fresco corre, vuela a través de ellas. Al tratar de cerrar la ventana veo como el mar de ébanos, barretas, chicharrillas y tenazas, se tuerce y se mueve. Las nubes mas bajas y negras vuelan mas rápido dejando caer las primeras gotas. La fragancia de la tierra mojada y el olor del tejado humedecido llegan con ligeros vaivenes de brisa fresca y se escuchan las gotas que resbalan por las aguas del techo y caen en el suelo haciendo agujeritos. El sonido de la lluvia, suave, fuerte, intermitente; sosiega, relaja, adormece, con el mismo efecto de un arrullo maternal, cierro los ojos y el cuerpo se encoge pensando que estoy de nuevo en el útero o despierta la libido, la imaginación o los recuerdos de momentos sensuales, de gozo, alegría y plenitud. Frecuentemente el viento trae olores de mar, de olas encrespadas que el viento impacta aquí en las faldas de la Sierra. Se puede imaginar a los percebes y cangrejos, a las gaviotas que eluden los golpes de viento con un vaivén de lado a lado, como haciendo cunetas.

La hamaca entre los dos arbolitos frente a la choza, aunque de poco follaje ambos, la sombra de la casa la cubre por la tarde; acostado en ella escucho el canto del tinamú fi-u-uuu llamando a su pareja, los cotorros y su algarabía al volver a sus nidos. De las chachalacas, las papanas y los pijuy, desde las cañadas el eco me llega amortiguado. Todos los pájaros al morir el día arrecian sus gritos, reclamos, trinos y cantos. Las palomas con su cú-cú son las últimas en callar.
Hoy llovió después de seis meses de seca. Es bueno porque el monte ya no estará quebradizo e inerme al sol inclemente. Descansaremos por algunas semanas de los pinolillos y las garrapatas y las tardes serán frescas

Debe haber lugares en donde los pájaros son mas felices, no puedo imaginar en donde y sin embargo frecuentemente sueño que vuelo, lo que no me hace experto, pero me permite suponer que la tierra, el terreno, tiene mucho que ver. Un pájaro que vive en el mar y que sube a las montañas, es decir que se remonta, tiene una perspectiva diferente de lo que está abajo; como viven sobre el vaivén del mar deben estar acostumbrados desde pequeños para a no marearse y quizá cuando van tierra adentro, deben mantener ese vaivén y cuando uno los ve parece que se están columpiando, otras veces suben, suben y se dejan caer en picada y al último instante se frenan hacia adelante o a un lado como osados adolescentes, rozando las copas de los árboles porque les gusta sentir que sus uñas tocan apenas las hojitas mas altas. Los que viven en la sierra y van al mar hacen lo mismo con las crestas de las olas.
Que limitados somos los humanos, como no tenemos alas, como no volamos. Yo lo hago en sueños por lo menos, pero envidio a las aves, les tengo tanta admiración e imagino que pudiera sentirse ser pájaro. Primero tendría que despojarme de mi razocinio y asumir sin duda mi condición nueva. Porque ¿es compatible pensar y volar al mismo tiempo? es posible pero no sería ave, quizá no podría razonablemente realizar giros que se antojan imposibles o subir y subir a pesar de mi fobia a las alturas. Sin duda pondría como impedimento mi peso, mi torpeza y mi imposibilidad de bailar con ritmo, ¿si no puedo bailar como puedo volar? quizá si los pájaros pensaran no podrían volar, aunque no creo que conocieran a Newton. Volar tiene mas que ver con el sentimiento, con la imaginación. Ser pájaro es aventura sin fin, osadía pura, es retar a las leyes físicas, es vivir en el aire. Los pájaros sienten al viento como caricia al fin. “Pájaro tu piel, viento mi querer”; cantaba Alfredo Zitarrosa.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Las tortillas de harina

Hay quienes dicen que su origen está en Sonora o que es chino. Otros afirman que fue casi simultáneo a la conquista, algunos que fue en Texas y Nuevo México. (hago notar que esos estados eran aún parte de nuestro territorio). Será muy difícil determinar en que lugar específico se inventaron. Hay quienes las ven como herencia sefardita y sitúan en Nuevo León su nacimiento.
Lo que es claro es que fue un accidente cultural, un sincretismo gastronómico casual.
Creo, en primer lugar que fueron inventadas por los hombres, vaqueros o pastores; en segundo lugar, en viajes largos y continuos, en que no había tiempo de hacer el nixtamal, molerlo y echar tortillas. Recuerdo que en casa de mi abuela y en la de mis padres, había la consabida tabla y el palote. Ahora me pregunto porqué si había mesas en que poder extenderlas eran necesarias las tablas. Recuerdo que en primer año de secundaria, en el taller de carpintería, a fin de cursos presentábamos nuestros trabajos. Los mas flojos, entre ellos yo, solo hacíamos un palote y una tabla o ya muy matados un burro de planchar.
Un palote y una tabla son instrumentos portátiles y si los combinamos con esas bandejas de lámina galvanizada del "5", un comal de fierro vaciado, un saco de harina de 25kg, una lata de manteca de 25 l, sal y polvo de hornear, tenemos todo para hacer tortillas de harina en cualquier lugar del camino por un mes. Si todo lo echamos en un guayín tirado por dos mulas, en el que va un barril de chicharrones, una bala de carne seca, un viejo cocinero, por supuesto un perro caminando bajo la carreta y oyen mugidos de vacas o balidos de borregos camino a mejores pastos, entoces sabremos que las tortillas de harina son cosa de hombres de campo aunque a las mujeres les salen mejor.

martes, 28 de agosto de 2007

¿Sería posible crear un banco de imágenes norestenses? Navegando he encontrado un sinnúmero de imagenes de diferentes sitios. ¿Habría problema si tomamos algunas y reconociendo la fuente no afectar sus derechos de autor? No tenemos intención de lucrar, por lo que creo que no seremos piratas y si un sitio con múltiples referencias para quien esté interesado en el tema.

Hay también en nuestra historia personajes tan interesantes como Berlandier, botánico y naturalista suizo-francés y lugares perdidos como Puerto Bagdad u otro lugar que aparece en un mapa del siglo XVIII con el nombre de Real del Río del Norte y que estaba situado entre lo que ahora es Matamoros y San Fernando.
Tampoco encontramos sitios arqueológicos y esto no significa que deberíamos encontrar pirámides, no, sabemos que debieron existir asentamientos y vestigios de ellos. Sin embargo en Texas se han realizado esfuerzos por investigar el pasado de los indígenas que poblaron las riveras del Río Bravo.
Empecemos por encontrar en la web, material gráfico y documental y también personas interesadas en estos temas.

sábado, 25 de agosto de 2007

LA BODA

A mi abuelo le gustaban los Alegres de Terán y los Montañeses del Álamo. Tocaba el acordeón y la armónica en las bodas y tornabodas, tres días de fiesta era lo acostumbrado en los ranchos. Cerveza, gallinas en mole, barbacoa de becerro, arroz con cominos, asado de puerco, etc. El abuelo bailaba y tocaba, en verano su camisa se empapaba, se la quitaba, la exprimía, la tendía para que se secara y tomaba otra. Tres días de fiesta, el menudo en la tornaboda, las cajas de cerveza que iban y venían, los borrachos y los enamorados que se perdían en la confusión del jolgorio y corrían por entre el sembrado de maíz.
Levantaban en medio del patio, previamente barrido y regado, una enramada adornada con flores y palmas como lugar de honor de los novios, sentados tras la mesita que les había servido para firmar el libro del registro, después comer y recibir los saludos de la concurrencia. Los perros corrían contagiados en la alegría de tener tanta comida, panzones, pero aún así siguen tragando. Ya caída la noche, las gallinas duermen en su árbol: el mezquite añoso al lado de la nopalera y el canelo. Nadie se acerca a ese lado para no ser zurrado. Las gallinas están inquietas, tanto ruido las molesta, no saben que las polkas, chotices y redovas son las favoritas de mi abuelo Cruz, no tienen oído musical, mi abuela tampoco, para ella la música era la suma de recuerdos ingratos que le ha hecho pasar su marido. El juego es hábito que destruye hogares y fortunas. Merma y merma. "Pero si la primera cama de latón la gané en una partida", le dijo Cruz a mi abuela.
Total las fiestas hacen que afloren diferencias, que los resentimientos se agolpen y que los reclamos se expresen. En algunas hay muertos, o por lo menos heridos, como cuando mi primo Tuyo le metió un fierro a un canalero en la panza, se lo sacó y se lo dio a mi tío Ramón y le dijo, "tu tambien para andar parejos", mi tío tuvo el buen tino de metérselo en el mismo lugar y no interesó ningún órgano. Huyeron y fueron detenidos, pero el canalero no presentó cargos porque eran los únicos amigos con quienes jugaba conquián a la luz de un quinqué en un puente de canal del "18 de marzo". la imagen forma parte de la colección de postales de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.