domingo, 16 de septiembre de 2007

El Aleznillo

El rancho, mis pasos perdidos

La vegetación en esta parte es diferente, mas verde y húmeda. De calores inclementes en mayo cuando por tres días llega el calmazo en que no se mueve una sola hoja, los animales salen a los claros a respirar, el bosque se ve gris y la atmósfera estática.
En estos montes y selvas cualquiera puede perderse por días y también perder la razón y hasta la vida. Es desesperante el grito de las chachalacas y de las papanas que lo siguen a uno cuando camina entre el monte, advirtiendo a los demás animales de la presencia de intrusos haciendo fracasar el acecho. Los cazadores las odian, yo las felicito ahora por su labor solidaria.
En verano a media mañana, llueve debajo de esta selva, la humedad que en la noche traen los vientos del mar se condensa en una lluvia que se confunde con el sudor propio, en una especie de temazcal natural.
En cambio en la cima de la sierra, las encinas con su olor y sombra nos convencen de la frescura de su entorno e incitan a quedarse para siempre. En primavera, cuando los vientos del invierno no se van del todo, en las mañanas soleadas al levantarme y abrir la puerta recibo el golpe de luz y de aire frío cargado de aromas de monte que me hace despertar y que sea conciente de que la vida es tan hermosa, que un solo día es invaluable y que ese momento es solo uno de millones de impresiones y vivencias únicas, cada una con un valor y consistencia que hacen que pesen en oro tres o cuatro veces en la balanza de la vida y que lo desechable sean apenas migajas de tiempo.

El silencio, en mi interior, es un regalo, en el exterior es el gozo de mi ubicuidad en el preciso lugar e instante para saber que estoy en donde quiero, momento totalmente diferente en las únicas dimensiones de las que somos concientes: espacio y tiempo, porque cuando lo físico y lo anímico concuerdan, el desdoblamiento, la proyección de nuestro ser se explaya, se expande y al mismo tiempo se sublima. Aquí sucede.
La casa de bajareque y techo de palma, con piso de tierra en que las hormigas león hacen sus trampitas cónicas en las orillas, en minúsculos agujeros negros de tierra. En la penumbra hay una caída casi imperceptible de polvo de madera que las termitas y el comején dejan caer de las latas del techo y los cabos de la palma y que se nota por los haces de luz del sol que pasan por pequeños hoyos del tejado. Instantes.
Poco antes de que empiece a llover se azotan la puerta y la ventana. Un viento veloz y fresco corre, vuela a través de ellas. Al tratar de cerrar la ventana veo como el mar de ébanos, barretas, chicharrillas y tenazas, se tuerce y se mueve. Las nubes mas bajas y negras vuelan mas rápido dejando caer las primeras gotas. La fragancia de la tierra mojada y el olor del tejado humedecido llegan con ligeros vaivenes de brisa fresca y se escuchan las gotas que resbalan por las aguas del techo y caen en el suelo haciendo agujeritos. El sonido de la lluvia, suave, fuerte, intermitente; sosiega, relaja, adormece, con el mismo efecto de un arrullo maternal, cierro los ojos y el cuerpo se encoge pensando que estoy de nuevo en el útero o despierta la libido, la imaginación o los recuerdos de momentos sensuales, de gozo, alegría y plenitud. Frecuentemente el viento trae olores de mar, de olas encrespadas que el viento impacta aquí en las faldas de la Sierra. Se puede imaginar a los percebes y cangrejos, a las gaviotas que eluden los golpes de viento con un vaivén de lado a lado, como haciendo cunetas.

La hamaca entre los dos arbolitos frente a la choza, aunque de poco follaje ambos, la sombra de la casa la cubre por la tarde; acostado en ella escucho el canto del tinamú fi-u-uuu llamando a su pareja, los cotorros y su algarabía al volver a sus nidos. De las chachalacas, las papanas y los pijuy, desde las cañadas el eco me llega amortiguado. Todos los pájaros al morir el día arrecian sus gritos, reclamos, trinos y cantos. Las palomas con su cú-cú son las últimas en callar.
Hoy llovió después de seis meses de seca. Es bueno porque el monte ya no estará quebradizo e inerme al sol inclemente. Descansaremos por algunas semanas de los pinolillos y las garrapatas y las tardes serán frescas

Debe haber lugares en donde los pájaros son mas felices, no puedo imaginar en donde y sin embargo frecuentemente sueño que vuelo, lo que no me hace experto, pero me permite suponer que la tierra, el terreno, tiene mucho que ver. Un pájaro que vive en el mar y que sube a las montañas, es decir que se remonta, tiene una perspectiva diferente de lo que está abajo; como viven sobre el vaivén del mar deben estar acostumbrados desde pequeños para a no marearse y quizá cuando van tierra adentro, deben mantener ese vaivén y cuando uno los ve parece que se están columpiando, otras veces suben, suben y se dejan caer en picada y al último instante se frenan hacia adelante o a un lado como osados adolescentes, rozando las copas de los árboles porque les gusta sentir que sus uñas tocan apenas las hojitas mas altas. Los que viven en la sierra y van al mar hacen lo mismo con las crestas de las olas.
Que limitados somos los humanos, como no tenemos alas, como no volamos. Yo lo hago en sueños por lo menos, pero envidio a las aves, les tengo tanta admiración e imagino que pudiera sentirse ser pájaro. Primero tendría que despojarme de mi razocinio y asumir sin duda mi condición nueva. Porque ¿es compatible pensar y volar al mismo tiempo? es posible pero no sería ave, quizá no podría razonablemente realizar giros que se antojan imposibles o subir y subir a pesar de mi fobia a las alturas. Sin duda pondría como impedimento mi peso, mi torpeza y mi imposibilidad de bailar con ritmo, ¿si no puedo bailar como puedo volar? quizá si los pájaros pensaran no podrían volar, aunque no creo que conocieran a Newton. Volar tiene mas que ver con el sentimiento, con la imaginación. Ser pájaro es aventura sin fin, osadía pura, es retar a las leyes físicas, es vivir en el aire. Los pájaros sienten al viento como caricia al fin. “Pájaro tu piel, viento mi querer”; cantaba Alfredo Zitarrosa.

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